martes, 30 de junio de 2009

Aquella tarde.


Aquella tarde no llovió, ni el viento levantó crestas en la mar, ni las nubes ocultaron el sol que regalaba sus bondades titilando sobre los azules. Aquella tarde, era sólo una de tantas tardes. una tarde lejos de otra tarde con sonrisas, una tarde desangelada y solitaria. Una tarde, en la que todo era ya tan tarde que hasta las manecillas del reloj se retrasaban.

El silencio podía sentirse, como se sienten las olas que besan la orilla, las gaviotas, o la brisa que despeina el cabello. Silencio de silencios, entre jolgorios mudos de gentes y mundos que te rodean rodeándome, alejándome de tu distante distancia calculada. Tarde.


Pero aquella tarde, si llovió y el viento encrespó las olas de la mar y las nubes ocultaron el sol tiñendo de grises sombras los azules. Aquella tarde murieron todas las tardes que no habían nacido, ni nacerían ya nunca los soles de todos los ocasos, ni las primeras estrellas, ni los abrazos. Naufragaron los besos en mares de labios de promesas vacías, que llegaron tarde, cuando era tarde para aquella tarde, por ser tarde para todas y cada una de las tarde que no viniste.

El silencio se apoderó de la tarde y el sol se zambulló deprisa en el atlante y por ser tarde también tardaron las estrellas en orientar a los navegantes.

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