martes, 23 de junio de 2009

Nestor el magnífico.

Sentado mirando al mar, mecido por los vientos que desde poniente traen aromas, recordé la historia de Néstor el intercambiador de sueños de papel y tinta.


Las golondrinas volaban ya por el azul, cuando llegó al viejo pueblo a orillas de la mar, que regalaba bondades y reflejos solares tras los temporales, que en invierno acaecen por doquier. Arribó caminando con su abrigo de botones otrora dorados, en dos filas, el cuello subido hasta las orejas, tapando el frio de los huesos, la medida melena teñida de plata que resbalaba por los hombros, vestigio de esplendor robusto, cadáver de lo que fue una vez y ya no. Un sombrero de fieltro marrón con vistosa pluma de ave marina en la solapa. Su cara afilada se escondía tras una luenga barba rizada y tupida como las selvas amazónicas, que casi ocultaban dos faros luminosos y glaucos, de expresión amablemente dura, pero viva, muy viva. Sus zapatos habían visto ya muchos inviernos, pero aún desgastados tenían lustre, quizá por los cuidados de algún restaurador de cuadros o arqueólogo experimentado. Una mochila repleta de enseres, un cayado de noble madera, un amigo de cuatro patas mestizo y listo, pegado a su pantalón de pana verde. Su vieja pipa apagada en la comisura de unos labios rojos, ocultos por la maleza con hebras de plata, y libros de tapas descoloridas re leídos mas de mil veces, quizá por cientos de miles de ojos, o tal vez solo los suyos. sus únicos compañeros de viaje.

Andaba sin la prisa que acompaña hoy a las gentes de cualquier ciudad o pueblo de la geografía, despreocupado de ese juez que cuenta las horas con las manecillas o dígitos fríos, de gélida maquinaria sin alma. Preocupado en ver, más que en mirar, en admirar, en contemplar, en desentrañar cada retazo de color, cada piedra del camino, cada árbol olvidado; los vuelos de aves que dibujan figuras geométricas en formaciones perfectas, el laborioso discurrir de los insectos que saludan la bonanza del clima.
Aquella tarde fue el fruto de las miradas de todos los habitantes del lugar, incluido este humilde narrador. Llegó hasta la diminuta plaza que mira a los barcos cargados de artes para la pesca de bajura, apoyó sus manos en la barandilla pintada de blanco y aspiró el aroma proveniente del mar.Como influido por algún sortilegio, he de reconocer que yo también inundé mis pulmones de ese mismo aire, a la vez tan diferente, que ambos respirábamos, intentando percatarme de algún retazo de aroma que hasta ese día se me hubiera pasado por alto. Y no olí nada. ¡Qué ciego y sordo estaba!.Desplegó su tenderete, que no era otra cosa que una vieja manta a cuadros escoceses demasiado raída y vieja, en lo que habría de ser su morada de los siguientes meses, aunque eso no lo sabíamos nadie, ni siquiera él. Su viejo can se tumbó complaciente en ella, al tiempo que Néstor sacaba un cuadernillo de tapas amarillas y azules en cuya espiral metálica dormía un viejo lapicero. Escribió toda la tarde, sin parar.Con equilibrio circense devoraba su almuerzo de pan con algo dentro, sin perder detalle de la vista del puerto. Ajeno a las miradas, a los viandantes que fruncían el ceño, la nariz o la mente obtusa.

Pasaron los días, y con la disculpa de a ver partir los pesqueros, me sentaba a estudiarle, diseccionándolo e intentando desvelar la pauta de comportamiento inteligente que ya mis ojos ciegos intuían en él. Pero fue aquella tarde soleada que fenecía ya, cuando mis piernas se negaron a continuar al pasar por su lado, cuando los ojos clavados en trazos de carboncillo sobre una lámina beige, sobre unas manos diestras que perfilaban una marina, tan familiar y a la vez tan enigmáticamente distinta y nueva. Aquella tarde hablamos por primera vez.

Hoy embelesado por las nieblas del recuerdo, de lo que creo aconteció, adornado por mi subconsciente, nada recuerdo de su pasado como hijo de un docente y humanista en sus ratos libres, que lo educó en la verdadera religión temerosa de dios. Ni de su dura infancia, relegado al ostracismo por sentirse diferente al resto, por actuar de forma diferente al resto. Ni de las circunstancian desgraciadas que lo expulsaron de la sociedad mercantil en la que habitamos y nada quiere saber de sentimientos, de ternura, de amistad, de cobijo al desvalido, al necesitado de pan.

“Hay pobrezas peores que las económicas, Armando…. Las del espíritu, la pobreza educacional, moral, la pobreza hipócrita.”

Pero si recuerdo las historias de sus múltiples oficios: jardinero en Dublín, mercader en Venecia, abogado del diablo en presidio, figurante en la opera, recitador de poesía en el metro de Nueva York, violinista en las aceras que atraviesan la ciudad de Barcelona de oeste a este, acomodador en el cine, recepcionista de camping, masajista de playa en Copacabana…La lecciones que se negaban a aprender mis jóvenes neuronas, sobre filosofía, historia, geografía, matemática aplicada, física, química orgánica, eran absorbidas, devoradas, engullidas, cuando de sus labios se caían hasta mis oídos prestos, necesitados, de su ciencia humana.
Qué me importaban a mí las gentes ignorantes de ese pueblo mío, que con tan malos ojos miraban la amistad y camaradería recién nacida entre los dos. Ni que decir tiene que recibimos visitas inquisidoras de los tricornios negros de la autoridad, de las ropas negras de su eminencia cuasi divina, de pecho golpeado en el púlpito, de un hombre y progenitor mío cuyo sagrado nombre me es tan caro y extraño hoy. Siempre el diplomado y diplomático Néstor conseguía hacer malabarismos dialecticos comparables solo a los de un arquitecto, para salir airoso cual caballero andante y que aquellas gentes miraran con bondad cristiana sus inocentes fechorías para con un niño tan caritativo y humano, pues ya lo dijo el Señor: ” dejad que los niños se acerquen a mí ”
Después entre risas, interpretaba su propia obra de teatro, cómico callejero en Ámsterdam de los mil canales, parodiando la cara de susto que ponía mi ingenua persona. Mi miedo a la pérdida.

Los calores estivales no impidieron nuestras excursiones por los extra radios de aquella villa, en las que un guía menudo cobraba su ansia de protagonismo a cambio de la sabiduría del catedrático en la facultad de la vida. Compartíamos los hurtos en la despensa de mi amorosa madre, que indulgente miraba para otra parte buscando un qué se yo inventado o no, para permitir la fuga del ladrón de alimentos crudos y cocinados. Compartíamos su mirada contrastada con la mía, desvelando sin pudor los pensamientos que afloraban a la mente y que tanto sonrojo me causaban entonces.

” todo pensamiento es bello cuando nace” decía el sabio.

Compartimos sus escritos, en libretas baratas de colores, que para mi eran los manuscritos inéditos de Dumas, con héroes de leyenda sacados de la propia vida de mi alto camarada de ojos sinceros. Compartimos la desgracia de su fiel amigo, cuando murió.Nunca antes la muerte me pareció tan cercana, y con ella, aprendí lo que el ciclo de la eterna vida nos depara a cada uno de nosotros, adinerados o no. Néstor me enseño que la muerte es parte de esta vida, que no importan otras vidas futuras o prometidas por otros que se morirán, tan certeramente como el pájaro que hoy canta en el alfeizar de la ventana. Comprendí lo innecesario que resulta adornar con mentiras lo inevitable y que en todo mal reside un bien, eterno, ajeno a la maldad que destruye, creando a pesar suyo.Con la llegada de la estación que tiñe las hojas de los árboles, aquel hombre magnífico, desapareció sin dejar rastro. Un viejo cuaderno fue mi herencia. Su letra manuscrita, redondeada y bella, que cabalgaba las líneas en formaciones perfectas, como aves, como ejércitos desarmados cargados de fuerza, con sus poemas, sus dibujos en negro, con trazos de pueblos, de barcas, de niños y su perro. Autorretratos que me acompañarían durante todos mis años ciegos, hasta que en la caída de la tarde, la mar me trajo el recuerdo.

Alguno pensará que los años me han hecho idealizar aquel personaje que surcó mi joven vida. Que sus enseñanzas no son más que ensoñaciones imberbes de infante sin amigos, aparte de los que viven en los libros, rebeldía primigenia de alguien que empieza a caminar con sus propios e inseguros pasos por este mundo despiadado y frio. Pero no.Ahora que soy yo el que pinta canas y atesora inviernos, ahora que soy yo el exiliado no forzoso de este mundo avaro y mentiroso, ahora es cuando las enseñanzas de mi maestro Néstor cobran verdadera importancia, pues soy capaz de entender aquellas simples miradas, aquella compostura marinera antes los temporales cotidianos, aquellas manos que acariciaban y revolvían mi pelo rebosantes de amor

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