domingo, 12 de julio de 2009

Pocker descubierto.


Abrió la carta con gesto adusto y la resignación de un marinero que se enfrenta a una tormenta en la mar. Su sonrisa se había ido diluyendo, a medida que fueron pasando las horas de aquella mañana eterna y soleada. Ya nada debería sorprenderlo y sin embargo, se dejaba prender siempre, como si fuera un grumete. Una palabra le vino a la mente:Demasiado crédulo.

¿Pero cómo no serlo cuando estaba en juego el corazón? Él solía jugarse entero a sabiendas de que su oponente, quizá, se parapetara detrás de un escudo; de silencio unas veces y falsedad documental, emocional otras. De éstas, la última era la peor, por sacar de él su lado oscuro: Intolerancia a la traición.

Encendió el flexo y un dedo de luz azul iluminó la mesa color caoba, que sin duda, había visto mejores tiempos. Como él. Un folio pálido salió del interior de un sobre e instintivamente aspiró su aroma: nuevo, imprenta, frutas y flores frescas. Los olores significaban mucho en el mundo, anormalmente reducido por elección propia, en el que él se desenvolvía a diario. Podía describir situaciones de su pasado, basándose solamente en el aroma que había retenido su fino sentido del olfato. A veces, sin darse cuenta, olía sin medida y ésto le había causado algún sonrojo que otro.

El comienzo de la misiva le pareció, cuando menos, tierno y amable. Lleno de falsas bondades que preparaban la estocada tirada por un esgrimista aventajadamente calculador y frio. Su guardia permanecía baja y sin señales de vida; se dejaría tocar por su adversario y sólo en última instancia, tiraría una estocada mortal por encima del brazo enemigo, echándose hacia delante y recibiendo el acero en sus propias entrañas.

Sus ojos volaban sobre las oscuras letras, sin dar tiempo a la mente a reflexionar sobre lo leído y cuando hubo concluido de hacerlo, una postrera palabra, derramó hiel sobre la herida sangrante de su marchito corazón. Leyó de nuevo, una vez y otra y otra más, atando los cabos sueltos que en su última cita, le pareció haber vislumbrado en la arboladura de su navío. Ahora, el inhóspito papel, era la confirmación a sus tesis infundadas por pesimistas: Sentiment du fer. Quizá lo había leído una vez en alguno de los libros que llegaban a sus manos y éste vocablo francés, describía perfectamente las intuiciones que nunca hacía caso.

Con la mirada perdida en el vacío, dobló cuidadosamente la carta, aferrando costosamente los lagos de sus ojos, que amenazaban con desbordarse. Una breve frase de contestación fue escrita casi sin querer y con la obstinación de un mago loco, desplegó La niebla del olvido.

Y se olvidó en el olvido, olvidándose de haber vivido, muerto y renacido una y mil veces, antes de acontecer ese aciago día de misivas rotas e ilusiones muertas antes de tiempo.

G.L.G.

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