miércoles, 8 de julio de 2009

Regreso a la novia del mar.


Al cruzar el cabo mayor con su faro, se divisó la isla, con su otro faro, que guarnecía la bahía donde cada roca hablaba mi lengua materna. La sal se posaba sobre los hombros cansados de la singaldura en la mar y el viento mecía aromas de la tierra de los verdes, donde agujas afiladas se recortaban en el horizonte oscuro.

¿A caso me recuerdas? pregunté a la mullida hierva del promontorio. Pero solo el alboroto de las gaviotas en el azul, me respondía.

De pronto sentí un vacio sin nombre dentro del pecho. los colores se amortiguaron en la retina y la amargura del exiliado afloró con las rocas de la baja mar. Nada de lo que mis ojos veían, era ya mío, si acaso fui su dueño algún día . Todo era ajeno y distante como la infancia de un nadie que se me parece. Lejano.

Miraba gentes que hablaban como yo un día, cuando era distinto a ahora, que soy otro siendo el mismo. Antes de la odisea, Ítaca reinaba solitaria y su bahía era la más hermosa. Penelope no tejia su manto oscuro y las soledades no la habían visitado. Tiempos felices.

Ahora provincia y paisaje enemistados con la luz del paraíso, al sur una caurta al oeste, me miraban pasear sin saludarme. Apenas reconocido, por ser otros los colores que pueblan la retina, siendo el mismo mar distinto, que da cobijo al bañista y al marino, junto a la acantilada y quebrada costa.
Recordé la importancia de las nubes cargadas de alientos y vida que nutren la tierra por la que caminan. Recordé el sabor del paisaje cuando el ocaso se atenúa y muere en el oeste.
Quizá el viajero que regresa inaugure el paisaje y solape a sus recuerdos, los otros paisajes inexistentes. los paisajes ensoñados en la vigilia distante.

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