viernes, 18 de septiembre de 2009

Un día.



Un día te vi acostada en la hierba junto al guardián que protegía tu cintura: arlequín. Tu cabello se derramaba como la miel sobre los hombros pálidos escondidos en tu blusa. Una sonrisa cristalina guiaba los barcos con luz de esmeraldas y afloraba en la comisura de tus labios de cereza madura una pregunta sin contestar. Las flechas de la distancia atravesaron inesperadamente el corazón que latía y los husos horarios me dijeron: No. Las miles de olas que nos separaban, los miles de soles, las hojas del otoño cuando es primavera y la flor. Las oscuras letras me acercaban más y más a ti haciéndome sentir mundos paralelos llenos de sentimientos, llenos besos y de fuego, que derramarías sobre mi torso desnudo, enloqueciendo la perturbada mente que adora suspirar en ti. Desharías con tu oleaje mi costa llena de rocas afiladas, viejas como naufragios que blanquean su osamenta bajo los soles del estío. Colmarías mi mundo vacio con tu sola presencia y con todo, me harías dichoso al cultivar tus rosas en un jardín demasiado olvidado.
Pero las estrellas viven lejos de los hombres mortales amarrados al mástil que tan solo pueden suspirar. Ensoñaciones de navegante que mira en el astrolabio un sol: su vida.
Un día quizá los husos y las horas se alíen con las olas y en las millas a miles que nos separan en la mar, pueda nacer una isla en la que soñar no sea imposible. Porque si aún no te espero, te habré de esperar. Navegar por siempre y por siempre navegar.

Por el lobo que camina.

**Imagen es luparia

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