martes, 15 de diciembre de 2009

Mar, siempre Mar.



La Corona de espuma que brilla con los reflejos de la luna, reina en el atlante.

Sus ejércitos avanzan desde el horizonte diluido en el cielo, cabalgando en silencio. Al acercarse a la costa, se elevan en blancas espadas los corceles de plata que braman y se arrojan con furia, sobre la arena inmóvil de la playa. Una tras otra, incansables, despiertan los objetos, que huérfanos, aguardan en la bajamar, hasta que sean reclamados por el cambiante seno.

Dime ¿Acaso conoces qué dice su canto?

Con dedos blancos sus arpegios, resuenan contra el brazo valiente de las rocas, en pizzicatto irregular. la mar en sombras prendida del cielo, duerme la luz que descubre los dientes que muerden la costa y mientras navega por el raso de la noche, deja su estela pintada en la sábana oscura. A lo lejos, se mecen inquietos los faroles verdes y rojos de los barcos, rígidos, por el ancora que les clava al lienzo teñido de azabache.
Las estrellas abren y cierran sus ojos, sonriendo en el manto nocturno a los navegantes, que siempre atentos a tus designios cambiantes, acompañan el tacto sordo de tus brazos, en las quillas y en los cascos, sobre la barandilla donde apoyados aguardan la pleamar.

La mar se adentra con fuerza anegando los sentidos insomnes y uno a uno los pasos te acercan a mí, que inmóvil, navego fuera de mi cuerpo atado a tu costado. Ahora que fluyo con la marea, me pierdo en el murmullo de tu boca oscura. Engullido al fin, aguardo tu abrazo en la resaca libertadora. Y muero para renacer, como esa ola aferrada a los blancos que susurran.

Por el lobo que camina.

**Imagen es luparia

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