sábado, 23 de enero de 2010

Paisajes eternos



Imagen Álvaro Germán Vilela.


Pausada se mece la cortina como una mar calmada de verdes, blancos y turquesas. Arrecia ondulándose y se eleva como impulsada por los dedos etéreos de la brisa. La estancia callada recibe la luz de la mañana que se filtra por la mar de ese tul, dibujando pequeñas flores incandescentes sobre las baldosas y la pared enhiesta. En un cuadro de mar y azules, una ola estrella su furia contra las rocas y los blancos se alzan desafiantes desgarrandolo todo. Su paso detenido avanza eterno y burbujeante. En silencio, como si el bramido hubiera naufragado entre los colores polarizados que el objetivo robó a medio día del paisaje. En el horizonte la bruma deshace el celeste del cielo haciendo aún más intenso el océano roto y las rocas quedas, que acotadas por la delgada linea de madera clara, despuntan sobre el beige de la estancia. En la mesa el bambú dormido bebe señalando el techo y en traslúcido continente, conviven piedras y conchas de mar y río con el agua detenida; a su lado descansa la figura del portaretratos, ahora vacío, donde se intuyen aun los colores un otoño de ambar y amarillos en aquella solitaria montaña desgastada . Un roble rotorcía sus ramas proyectando viejas sombras sobre tu silueta perfecta, que acostada a su vera, observaba los verdes de la hierba y las hojas muertas.

Ahora que ha pasado tanto tiempo, que los inviernos pintaron de blanco más de nueve veces las piedras y el paisaje; Ahora es aun otoño dorado en el centro de mi corazón sediento. Ninguna de las estampas sedimentarias que a diario se retratan en la retina, ha borrado la huella de tu paso por la vida e indelebles acompañan asidos de la mano esos recuerdos, tan reales, que mi mano roza como antaño se posaba en tu pelo lacio y en tu hocico afilado.

Por el lobo que camina.

In memorian de Ator el montañero.

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