miércoles, 12 de mayo de 2010

La caja de zapatos



Imagen de la red.


Yo tenía una caja de zapatos donde guardaba tesoros. Hace tanto ya de eso que a veces pienso si no lo habré inventado todo, como el resto de cosas que guardo en la memoria.


Mi arcano secreto dormía bajo el armario; sobre las sombras que habitaban aquellas patas leonadas que lo sustentaban. Barniz, madera, bronces viejos, un espejo alargado, polvo sedimentario que me hacía estornudar. Reptando por el suelo, mis manos ciegas buscaban el lugar exacto, hasta que su tacto se enredaba en ellas. Luego tiraba con fuerza y la luz hacía brillar las letras que adornaban la tapa. Cada rescate era como recorrer la gran pirámide: El cuarto ya no era alcoba, el viento silbaba el aire enrarecido, la tea humeante proyectaba sombras alargadas, el casco colonial blanco sobre la cabeza, las paredes llenas de jeroglíficos, de resortes con trampas, de calaveras, de galeones piratas con velas negras y de ladrones de tumbas con turbante encarnado. Por un momento la candela se concentraba en la tapa del sarcófago y la oscuridad del interior huía hacia umbríos lugares debajo del armario, donde no llega la claridad. En su interior refulgían monedas antiguas,- o al menos eso eran para mí-: el águila y la serpiente, la efigie de su majestad de las películas, la egalité abanderada de pecho descubierto, el calvo serio y gris, el arpa dorada y aquella con un agujero en el centro para mirar el mundo a través. Había centelleantes esferas de cristal: azules amarillas, naranjas y rojas, otras multicolores y alguna con burbujas quietas en el interior macizo. Cromos repetidos, joyas de imprenta, un coche en miniatura 1: 43 y un caballito con alas papel. Veinte mil leguas de viaje submarino, verdes soldaditos de plástico, una estalactita rota, diapositivas de Coteau y el húsar de plomo de Baldomero Casanellas.

De pronto unos pasos hacían crujir las tablas y como aquel indio de la sobremesa de los sábados que pegaba el oído en la tierra parda del oeste, acaricio yo la madera de la estancia. ¡Ya están aquí! El faraón acciona el resorte y la arena cubre la entrada que sella la cámara; raudas las sombras envuelven la caja que se cierra ocultando las maravillas bajo la isla del tesoro. La puerta se abre deprisa, mientras, disimulo haciendo que investigo las rendijas que unen las tablas de madera, para después elevar la vista y sonreír con ingenuidad.
Allí está: alta como los rascacielos de nueva york, y me habla con las manos puestas en jarras.

-Niño, levanta de ahí que ya he barrido yo por la mañana.

La hago caso y al marcharse, sonrió al guardián mudo del armario: Una vez más el secreto de Tutankamon está a salvo, o así me lo parece a mí.

Por el lobo que camina.

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7 comentarios:

  1. Yo tuve una caja asi...y la guardaba en la vias de UNion Pacific ...en un vagón de tren...el viejo vagón de mi niñez que algun dia publicare aqui.MIentras tanto me he quedado en las arenas de Biban Al-Muluk (El Valle de los Reyes) en el Antiguo Egipto ..en la KV 62 ,la tumba del rey niño...Tuthtankhamon.Gracias por el viaje y un abrazo.

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  2. Es curioso, yo tuve un Unión pacífico de plata y azul: en el óvalo de sus negras vías tuvieron lugar muchas vidas.

    Tut Anj Amón (imagen viviente de Amón) "veo cosas maravillosas." H. C.

    Aullidos y saluos

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  3. Yo creo que tu verdadera cajita de tesoros reside en tu corazón ... GL! Muacc

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  4. Gracias G. L., en ese lugar reside la cajita de todos los que aún somos niños en el interior.

    Aulidos muy afectivos.

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  5. Un relato lleno de magia, un abrazo.

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  6. Gracias Cecilia. Aullidos esteparios.

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  7. Con natural emoción el lobo te da las gracias, Lorena, la infancia es fascinante.

    Aullidos y besos

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