viernes, 7 de enero de 2011

Crepusculario II



Hay solo dos momentos, crepusculario: cuando la tarde es y cuando sucede todo.

Lentamente se cierran los ojos del horizonte, crepusculario, y la luz aniquila con su fulgor la tarde. Todo se torna sosegado y el tiempo roto parece plegarse sobre sí mismo. los colores abren sus pétalos más bellos para fenecer luego en la cámara lenta de nuestra retina, como una rara flor abisal que apaga su brillo despacio. El sol, se devalúa una y otra vez hasta la oscuridad como una moneda que pierde en los mercados de la sombra todos sus enteros.
El pincel de la creación que se había posado sobre las cosas haciendo brotar vida nueva, aletarga su mano enterrándose en el vaso de agua que es la mar, donde se descompone dejando un aterrador frio sobre la piel desnuda. la tarde se ha convertido para entonces en una deslumbrante estrella fugaz que recorre el cielo hacia occidente y la observamos con los ojos abiertos protegidos por el parasol, pero llegado el momento, despierta en nosotros el ansia de observar más allá, y al agudizar la mirada perdida en la mar, vemos por primera vez las cosas que hemos contemplado sin darnos cuenta:
Yo tenía ojos antes y la brisa soplaba sobre la lona de un barco, la sal jugaba a posarse sobre la barandilla azul del paseo... Pero es ahora, crepusculario, que se asoma a nosotros, y no podemos hacer otra cosa que contemplar su rostro con fascinación. Nos hipnotiza, nos desgarra y su espada atraviesa el corazón que sufre y tiembla como las hojas de un árbol abierto al otoño.

Crepusculario: antes de que la tarde muera, antes de nacer la noche; mientras los ojos recorren el horizonte que se duerme y aparecen lentos los luceros de la noche.

Por el lobo que camina.

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