lunes, 21 de febrero de 2011

Paisajes de invierno II.



Imagen Luparia.-


El viento se ha quedado rezagado, aprisionado por el abrazo de los pinos, detenido al fin, en el hueco de un grueso tronco de eucalipto junto al camino. Entre el follaje desigual de unos y otros se distingue claramente la mar enfrentada a la tierra. Al fondo, el promontorio oscuro de un acantilado, e inmersas en la burbujeante masa gris verde azulada como un dragón dormido, las afiladas rocas - su cabeza- que la mar no ha podido derribar ni someter bajo su encanto. A sotavento hay una casa con tejado a dos aguas que se distingue como un faro en la niebla y su única luz nos alerta de que al otro lado del abra, ascendiendo la pequeña loma que lo separa de la playa, una chimenea calienta un hogar. Allí tampoco ruge el viento y sin embargo, este nos trae la voz de un perro que avisa a su dueño de la presencia de alguien más. Doy unos pasos hacia el abismo repleto de cadáveres de pinos; ellos eran otrora la vanguardia del bosque, la primera línea de soldados en la batalla contra céfiro septentrión, y ahora, desnudados de ramas y corteza, asemejan fantasmas, o quizá vetustas columnas de un templo olvidado incluso por su dios. He de rebujarme en el abrigo pues nada se interpone entre el castigador de la costa y yo. Las olas son caballos rampantes que pintan con la plata de su crin la mar y llega hasta mí la sal de su sudor empapándome la cara. La tierra aquí es un campo arrasado por los ejércitos del viento y la vida se agarra a la hierba, a las zarzas y a los brezos sin flor. Dirijo mis pasos por la senda que lleva al rompiente, donde la tierra fue tajada por el hacha colérica de un dios, y se eleva como la muralla de Ilion la bella enfrentada a las olas. A sus pies junto a la playa arena y piedras redondeadas son silenciosos testigos de la constancia de un mar que marea tras marea nos asedia. Cuando llegue la tarde y el sol comience a descender en su carro hacia el horizonte, pintará de bronce el paisaje dorando los bordes con su fulgor. Esa es la hora mágica en que la costa se tiñe de malvas y la bruma descorre el velo que ocultaba las altas atalayas del Vindio coronadas ahora de blanco.

Por el lobo que camina.-

6 comentarios:

  1. qué belleza y con esa música maravillosa que acompaña texto e imagen...

    un beso.

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  2. Siempre senti que el mar en su orilla besa los pies de la tierra y ella sonrie complice no son la una sin la otra.


    Un saludo un placer leer sus forma de ver.

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  3. Phausca gracias por tu huella, bienvenida a la arena.

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  4. Aqui en costa quebrada o en el oeste acantilado del paraíso uno presiente que no hay siempre paz en el reino junto al mar.
    Aullidos y saludos Lauviah

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  5. Como narras amigo mio, como narras... me voy a leer los dos textos con calma ahora otra vez. Un gran abrazo.

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  6. Cuando se trata de halagos nunca sé que contestar, por eso, ahí va mi abrazo amigo Suso.
    aullidos afectivos

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