lunes, 28 de febrero de 2011

Paisajes de invierno III



Siempre me detengo a contemplar el mar desde la atalaya. Aquí la costa que venía en ascenso desde la canal comienza a declinar hacia el occidente donde se eleva en un sin fin de escaleras. Es solo una piedra que señala un lugar en la costa, pero si se mira bien, puede ser algo más:

Al norte se pierden los ojos en el azul impreciso de este mar que nos engaña: No hay aquí vestigios de que sus olas no sean hijas del Ōkeanós, pues vienen atravesando el campo sembrado de verde azules y su flecha se alarga desde las rocas hasta la playa. Antes de morir se escucha el rugido colérico que desde el fondo entona el cuerno del padre de los dioses.
La brisa que me salpica de sal arrecia y la vista se posa en cada una de las rocas que descienden hasta la mar. Aquí la costa es el último bastión de una muralla muy antigua que aun resiste las furiosas envestidas de las olas. Al sur de esta, la arena se sedimenta junto a los cadáveres de las rocas que perdieron la batalla y en el centro, la puerta que apunto está de claudicar. Como una embajada, la marea ha formado un estanque para que descansen las olas tras su salto mortal, pero que en la bajamar se vacía dejando al aire las raíces mismas de la tierra negra.
En el sigilo de las eras la mar hizo retroceder la tierra, más no todas las fuerzas pugnan en la superficie blanca de la espuma. Al fondo y sin llegar a la puerta, el camino que baja queda detenido por una escarpada dolina, y su círculo, delata el túnel que unas manos ocultas escavaron despacio.
Al oriente en el cabo enfrentado a mí, otra muralla se fragmenta en la medianía y la mar penetra las rocas. Hace mucho que las olas deformaron la costa hasta crear la playa de sotavento, y que un día, habrá de reunirse con el otro extremo donde el viento y la mar impiden el descanso. Aquí los Urros, ancestros aislados de la fortaleza resisten en la ensenada, perdida ya toda esperanza, como solitarias torres de defensa, salpicando de negro la primera línea de las olas. Su embestida no se hace esperar y escalan su muralla para reunirse al otro lado con el resto de las fuerzas que asediarán mi roca.
A mi espalda, el sur de los campos ondea como una bandera de esperanza ajena a lucha cruenta que quiebra la costa, aquí las olas son solo un rumor lejano que deposita sal sobre la hierba. Un camino de tierra surca hacia el oeste como una serpiente su faz, para luego ser devorado por el verde oscuro de los pinos. Otra atalaya se eleva detrás de la foresta y en su cumbre, las rocas que fueron trinchera, sobreviven vigilante sobre el abra de un río que muere en la mar.

Por el lobo que camina.


Safe Creative #0908074208066

2 comentarios:

  1. Es muy bello la forma en que te meces en las palabras ,y transformas tu ver y sentir en ellas.

    Para mi el mar , la tierra que la baña , la arena negra que la espera, me transmiten paz y un amor sobre humano, de norte a sur de oeste a este toda ella tiene algo que decir, jamás lo hicieron con la melancolía en que tu las nombras ,, pero tan solo son formas distintas de sentir lo que nos aporta.


    un saludo

    ResponderEliminar
  2. No están tan lejos los sentimientos: La mar es todo eso y mucho más que no tiene cabida en las palabras; de sur a norte, de oriente a occidente, la mar lo es todo para mi.
    Aullidos y saludos.

    ResponderEliminar