Como cada tarde

Aun no se ha ido la última luz de la tarde ni los malvas cubren el borde de las nubes. Aplaza el viento su rolar alineando las palmeras hacia bajamar y un murmullo de aromas invade las baldosas. Este- Sureste sobre las crestas blancas de las olas que mueren despacio sobre las oscuras rocas de la costa. Casi nadie mira ya hacia el horizonte extinguido el astro; poco a poco los paseantes dan la espalda a la tarde y continuan su charla, unos se cogen de la mano, mientras otros, enrocan su rostro en la seriedad habitual; tan solo unos pocos siguen contemplando absortos como la noche avanza sobre su auriga celeste. Todo se calma, hasta la marea parece declinar y entonces, como cada tarde, aparecen sus negras e inmoviles alas en el cielo raso. Planean rozando el haz del faro y luego baten con desgana sus manos rompiendo una y otra vez la formación. Anoto mentalmente las letras que dibujan con su negra tinta sobre el naranja del ocaso y las veo desaparecer más allá del cabo donde luce, dos veces babor y una estribor, la bocana sombría de un puerto. Siempre en silencio, como vuestro vuelo, me pregunto hasta dónde os llevará la moribunda luz de la tarde. Quizá acudís a la llamada del sol desesperado que se hunde en el atlante o tan solo es un vuelo inconsolable por alargar la tarde. Por un momento deseo ser una de vosotras, y alzarme sobre las piedras negras, y volar, y ver más allá de los ojos humanos; tan alto, tan lejos, por los camino de viento que acarician la falda de las nubes. ¡Esperad! grito ¡Ya he roto las cadenas! ¡Enseñadme dónde muere el sol en realidad!

Por el lobo que camina