miércoles, 7 de octubre de 2009

Atlántida



la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el(la) mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, …(Platón,Timeo.)

Las olas traen historias prendidas en sus cabellos blancos, de aquellas tierras que fueron y se perdieron en la mar.
La marea que mece el viento, es arrastrada por la inmensa luna que corona el cielo y narra historias olvidadas hace tiempo, al oído ávido de escuchar. En la orilla me siento con las piernas cruzadas y a su vera, aguardo las bellas palabras escritas en la mar.
Tiempo atrás, cuando la tierra aún era joven y la mar inauguraba la costa, en un fiero mar Atlante, es que existía una tierra bendecida para los hombres. De la escalinata de piedra roja que ascendía del puerto vestido de blancas naves, serpenteaba un camino hasta la cima de la montaña coronada en nieve; en su falda, erigido por los mismos Titanes que gobiernan el cielo, se hallaba la más bella de las construcciones, cuya cúpula de oro alumbraba en la mañana. Desde lejos cuando los barcos aún no pueden ver más vestigio de tierra que las aves grises y blancas surcando el azul, es que podía contemplarse su brillo singular y a medida que la distancia se acorta, destacaba sobre la diadema de la montaña.
En aquel templo, los sabios de entre los hombres alejados del bullicio y los orbes de luz que alumbran la oscuridad, contemplaban el cielo insomne escrutando la cara de los dioses, que en las noches, se ven brillar en manto de la noche.
No muy lejos de la mar, en la atalaya de piedra grana desde la que se divisa el puerto y su aroma, residía la Casa del saber. Enrollados en blancos pergaminos, extrañas letras contaban las historias reunidas por los antepasados de los hombres hasta donde la memoria falla. Geometría, matemática, filosofía, geografía, ciencia y astronomía en el cartografiar del mundo que los dioses adornaron con su elegancia perfecta y de la que ellos entre los hombres tan solo admiradores eran.
Como navegantes viajeros recorrían el azul asombrando a los otros hombres, que distantes, habitaban sin conocer la belleza que les rodea, nadie sabía de dónde venían aquellas naves que valientes, se asomaban al inmenso azul que rugía despiadado. Algunos los tomaron por dioses y en la línea de la costa encendía antorchas en las noches por si los navegantes querían regresar a visitarles. Otros envidiosos, quisieron robar lo que de buena gana les era ofrecido sin pagar y en la sombra envenenaban su sangre imaginando la avaricia y la falsedad.
Pero las líneas de los mares no responden al antojo de los hombres y dicen que un día, en el que no brilló el sol como suele, en el oriente, la mar enfadada se encrespó pintando de blanco el gris azulado. Las olas zarandearon los barcos en la seguridad de un puerto que veía crecer la marea por encima de las piedras rojas y una, a una, las olas, se estrellaron anegando toda la tierra. Despavoridos aquellos hombres bendecidos por los dioses, se hicieron a la mar en cascarones blancos, pero no todos fueron, pues los más sabios rezaron e inventaron amos a su imagen para proteger la belleza de sus obras y en su empeño resistieron la llamada de la mar que les anunciaba su llegada.
A medida que las olas alejaban a los desterrados de la belleza, veían desaparecer el brillo del templo engullido por el fiero mar, hasta que ni una de las almas que a la deriva navegaban, fue capaz de saber en cuál lugar había estado anclada su patria junto al mar. A las costas de los continentes llegaron contando su historia los huérfanos afortunados y durante siglos fue buscada aquella isla para rescatar los tesoros allí sepultados, más aquellos descendientes de los sabios, perdieron el conocimiento en la partida y durante generaciones fueron privados de reconocer la escritura y la belleza en las artes que sus antepasados les legaron.
Algunos piensan que fue castigo de los dioses a la arrogancia de los hombres, muchos que fueron cuentos inventados en la noche de los tiempos, otros sin embargo, creen que la mar que nos alimenta y regala, de vez en cuando, recupera todo aquello que fue suyo sin sabernos vivos.
Por eso, si se escucha atentamente el sonido de la mar, pueden oírse los pasos de las aguas sobre el camino que asciende al templo dorado, cubierto ahora de frondosas algas donde nadan despacio los caballitos de mar.

<<… porque el primero que reinaba entonces llevaba el nombre de Atlante…>> Critias. Platón

Por el lobo que camina.

Imagen es luparia

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