miércoles, 10 de mayo de 2017

Olas nuevas

La imagen vuelve a ser luparia.




Cuento las olas  que se acercan a la costa en una sucesión insomne y las vuelvo a contar. Hay una- y solo una-, en la que la marea baja despierta de su letargo y vuelve a comenzar. Es justo ahí donde me encuentro ahora.

Una ola que sume su fuerza a las otras olas;  una ola para levar anclas y dejar atras la isla desolación; una ola que me devuelva a la lejana Ítaca de lo que soy.

Un nuevo mar- mar antiguo- baña mi costa y son otros vientos los que me gobiernan, una isla se vislumbra a cuarenta y ocho milllas en la bruma, al Este, porque ahora estoy anclado al continente otra vez.
El ocaso aquí- crepusculario- es como un dedo que se eleva incendiando las nubes o bañando las rocas rojas y dorarando los pinos, buscando  ese otro cabo y su faro, hasta que las sombras se  alargan y mueren en el cobalto de la mar. Aún no ha nacido la luna llena y el viento rola mordiendo la carne levemente, porque atrás han quedado los frios del invierno afortunadamente.
 El último ha durado demasiado y la quietud de la nieve que ahora se deshace, ha mesado la barba que no ha parado de crecer. Es hora ya de coronar una nueva primavera, dejando atras todo lo que aconteció. Despertar a un nuevo sueño, inaugurar una singladura-otra más-, respirar y ser consciente de ello sintiendo que la vida comienza- siempre comienza- una vez más.

Se me hace extraño no hallar el contorno volcánico en las palabras, pero es que ahora las rocas se me han hecho de arenisca, sedimentarias, viejas quizá, ¿más sabias?  Eso todavía  no lo sé...

Por el lobo que camina.

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