sábado, 29 de agosto de 2009

En la hora de la muerte.









Nota del autor: El presente relato está basado en un hecho real y vergonzante para cualquier sociedad civilizada. La historia, personajes y desenlaces anterior y posterior, son totalmente inventados, conservando sólo un básico hilo conductor: La muerte de un ser sensible, a manos de tres desalmados torturadores fascistas. Con éstas letras, se quiere rendir homenaje a la víctima, no tan anónima, así como a todos los que han sufrido la sinrazón de la violencia, xenófoba, machista, o de cualquier otra índole.
Fdo: G.L.G


En la hora de la muerte.

A solas, en el despacho, a salvo de todos menos de sí mismo, un hombre abre un etéreo álbum de recuerdos. Quizá pudo haber cambiado las cosas pero ya no es tiempo. Cuando pudo hacerlo, hizo lo que creyó adecuado, pero hoy, se pregunta si lo adecuado era suficiente o tan sólo lo justo para engañarse a sí mismo.

El día que recibió la noticia estaba desayunando a solas, en la cafetería de al lado de la oficina, costumbre adoptada desde que su más que secretaria lo abandonase, abandonándose a sí misma. Nada era lo mismo desde entonces. Incluso a veces, se preguntaba si él mismo no había cambiado. El teléfono sonó varias veces hasta que por fin, con desgana, contestó con la mirada perdida en la cristalera.
Será la nueva secretaria, se dijo a sí mismo. Pero erró y una voz masculina, grave y fría le habló.
¬ Hola Alfonso, ¿Cómo te va?
¬ No me conoces, ¿verdad? Ni siquiera sé, si yo mismo sé quién soy. Soy Teo, el hermano de Elvira…
¬ ¡Coño, Teo!, ¡Qué susto me has dado! Creía que era un inspector de hacienda, cabronazo.¬ Cambio el tono adoptando uno más solemne y serio y continuó¬ ¿Qué tal tu hermana? Hace tiempo que no sé nada de vosotros.
¬ Ya, Alfonso, No hace falta que te disculpes, las cosas fueron como fueron. Te llamo, porque necesito dos favores y darte una mala noticia.
¬ Lo que quieras, Teo, ya sabes que nunca te negaré nada que éste en mi mano, dispara, ¡coño! que pareces nuevo.
¬ Necesito asesoramiento legal. Uno de primera. Alguien que no se amilane ante la gente influyente y que no le importe con quien o contra quien se lucha.
¬ Cuenta con ello, amigo. Mi asesoría está a tu disposición e incluso mi abogado de confianza, pero eso ya lo sabes. ¿Qué te ha pasado?
¬ A mi nada, Alfonso. Mi hermana. Ella…¬ la voz le tembló y solo con un esfuerzo titánico evitó el llanto que amenazaba con ahogar su voz.¬ La han asesinado. El funeral es esta tarde a las cuatro, ¿vendrás?
¬ ¡Por los clavos de Cristo! Desde luego que iré, lo sabes de sobra. Teo, Yo…lo siento amigo, te acompaño en el sentimiento, era más que una amiga para mí.
La voz de Teo se rompió en mil pedazos, dando paso al llanto desaforado y solo sus gemidos entrecortados llegaban a Alfonso a través del auricular, que luchaba por contener los lagos de sus ojos.
¬ Lo sé, Teo. Lo sé. En una hora estoy en tu casa, ¿vale? Se fuerte amigo, y no te preocupes de nada. Cuenta conmigo.

La camarera recogió la bandeja con el desayuno a medio terminar, y un billete de diez. Apenas unos céntimos, era lo más que había visto en el plato metálico de cobro. Descontando la consumición, había generosa propina. Se dio la vuelta con una sonrisa subida y a gritos dio las gracias al hombre de corbata y desayuno continental de las diez treinta, que salía disparado por la puerta. Pero éste no la oyó, tenía demasiada prisa.
A esa hora de la mañana, el tráfico era un caos y después de innumerables atascos consiguió llegar antes del almuerzo a casa de su amigo. Ésta se encontraba en un barrio de clase media. Una urbanización con muro de ladrillo rojo y coníferas a modo de seto hasta una altura de dos metros, dentro, los edificios rectangulares de cuatro alturas más ático, contaban con zonas ajardinadas con césped mullido y verde.
La última vez que Alfonso estuvo aquí también le habían traído motivos funestos, pero no tanto como hoy. Despacio, se aproximo al portero automático y pulsó el botón; escasos segundo después, sin que nadie contestase, oyó el zumbido de apertura de la puerta, y empujó.


El interfono sonó llamando a Elvira, que rauda se acercó al despacho con unas carpetas en la mano. Alfonso de buen humor por la vuelta de su amiga al trabajo, después de las vacaciones, canturreaba entre dientes mientras leía un dosier que requería su atención. Elvira entro por la puerta, la observó por encima de las lentes y sonrió afectivamente.
¬ ¿Querías algo?
¬Si, pasa. Mañana me voy con mi mujer a Benalmádena. Un fin de semana de negocios y placer.¬ sonrió pícaro, y continuó¬ He pensado que podríais aprovechar e iros a la casa de la sierra a descansar… y de paso podrías llevarte algo de trabajo pendiente, para ponerte al día en la oficina.
¬ Eres un cerdo explotador, ¿lo sabías?
Ambos rieron llenando el despacho con la risa de dos amigos, que poco o nada tenían de jefe y subordinado.
¬ Gracias Alfonso, pensaba llevar a cenar a mi marido por ahí en el aniversario, pero, tú oferta es más tentadora. Me llevaré el caso Narváez si te parece.
¬ ¿Sólo?- ambos rieron-Nada de sensiblerías. Además recuerda que el cerdo explotador, no tiene memoria como para acordarse de que hace siete años, volábamos camino de la iglesia mientras todo el mundo, expectante, aguardaba a la novia más guapa de la ciudad. Aún recuerdo la cara de Teo, mirando el reloj en la entrada, mientras con el pañuelo se secaba la frente compulsivamente. Si. Qué caras más largas tenían todos, como si pensasen que nos íbamos a fugar a última hora, Jefe y secretaría. Creo que había apuestas y todo.
¬ Anda no me seas peliculero. De eso nada. Además no llegué tan tarde. Hora y media de nada…
¬ Aquí tienes las llaves, no te olvides de la contraseña para la alarma. Nos vemos el lunes, cielo. ¡Ah! Si no te regala flores rojas, que tu marido duerma en el garaje.
La oficina sin Elvira, pensaba Alfonso para sí, era un jardín sin sol ni flores, donde el único aroma, era el proveniente del hormigón y la escayola iluminados por el fluorescente. Sí contase con dos como ella, temblarían los cimientos del sector. Podría conquistar el mundo.

El ascensor subió los cuatro pisos despacio y su mente era asaltada constantemente por recuerdos. Uno tras otro yuxtaponiéndose, enfrentándose, torturando las neuronas que pedían una tregua. Por fin llegó y anduvo por el pasillo hasta la puerta lacada en blanco del fondo a la izquierda. La puerta estaba abierta, entró cerrando tras de sí; su nariz recibió el impacto de la falta de ventilación de aquella casa que siempre olía a incienso. Lo recordaba perfectamente, como si pudiera palparlo. Anduvo hasta el salón. Teo sentado con la cabeza entre las manos, se había derrumbado inexorablemente.
Poco pudo hacer más que estar a su lado apoyándolo. Nada de lo que él dijera cambiaría las cosas. Guardó silencio mientras estrechaba el hombro de su amigo.
El funeral fue rápido y austero. Muy pocos amigos, algún familiar, Teo, Alfonso, su mujer y los operarios del tanatorio. Las llamas del horno crepitaban detrás del cristal que separaba a los presentes, de los restos mortales de Elvira. Su carcasa material se había roto liberando la esencia, o lo que sea que haya, si es que hay algo en nuestro interior. Las cenizas serían esparcidas en la playa, tal y como ella hubiera querido.


Era martes, Elvira llegaba tarde, con la misma ropa de ayer, cariacontecida y ausente. Los silencios llenaron la oficina y ni siquiera el teléfono se atrevía a importunarlo. La vitalidad, de la que era galante Elvira, se había diluido como lágrimas en la lluvia. Sus ojos acuosos, denotaban la honda pena interior que la carcomía, más, profesionalmente, atendió el desempeño de sus funciones con eficacia desganada.
Alfonso salió del despacho mientras Elvira esperaba los escasos minutos que faltaban para el final de la jornada, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana. El vaho de su respiración había empañado ligeramente el cristal, donde dos gotas se precipitaban por él, surcando la niebla.
¬ ¿Me lo vas a contar de una vez, o tengo que interrogarte como un policía?
Elvira inerte tardó decenios en contestar y cuando lo hizo, su voz sonaba lejana, distante, como si ella misma no fuera ella y otra persona, con su voz, ronca y lacrimosa, hablase de sus penas.
¬ Traición, Alfonso. Traición. En mi propia cama, delante de mis propias narices. Con una de mis mejores amigas. ¿Cómo se puede llegar a esto?, ¿acaso no le doy todo de mí y más allá? Todavía sudoroso por la infidelidad, me ha pedido el divorcio. Quiere seguir siendo mi amigo. ¿Con quién he convivido yo todos estos años? Quién era mí aliado, ahora, me apuñala por la espalda con el arma que yo misma le confié. No es justo. Me quiero morir, Alfonso.
Alfonso contuvo la rabia que sentía y abrazó a su amiga. No pocas veces había temido algo así, pero quería confiar en que las personas cambian, que al final el hombre de neandertal descubriría el fuego y la diosa que su amiga es. Cualquiera podría darse cuenta que una mujer enamorada, es el compañero ideal para cualquier batalla de la vida, cualquiera, menos él.
¬ No te merece, Elvira. Quizá sea mejor así. Ahora te toca encontrarte a ti misma fuera de él, porque existías antes de conocerlo y también eras maravillosa, como ahora. Sigues siendo la mujer huracán, capaz de todo lo que te propongas. Y por si se te ha olvidado, tienes amigos que te adoran. Ana y yo estaremos ahí siempre. Puedes venirte a nuestra casa cuando quieras.
¬ ¿Qué hago con el amor? Aun con todo, sería capaz de perdonarlo y conseguir que se vuelva a enamorar de mí.
¬ Y te engañarías nuevamente. Los Pablos de la vida no cambian. Hoy es con esa fulana, y mañana con otra y otra más pasado. No valora lo que tiene. Es solo un conquistador de poca monta, incapaz de defender su señorío como un caballero. Déjame a mí el tema legal y relájate. Olvida y reponte, porque una mujer como tú, bella, inteligente, despierta, se tendrá que quitar los pretendientes a manotazos. Vente a casa hoy conmigo.

¬ No Alfonso. He alquilado un apartamento no muy lejos de aquí y quiero estar sola, meditar acerca de todo. Ahora mismo no sé nada. No quiero saber nada.

¬ No te aísles, ¿vale? Cuenta con nosotros y sobre todo, quiérete Elvira. Tu eres y serás siempre tu mejor aliado, aun cuando todos te hayan abandonado, siempre te tendrás a ti misma.
Alfonso la vio marchar desde la ventana, caminando alicaída. La vida no es justa, con los justos- pensó para sí, al tiempo que apagaba las luces de la oficina.

Ana se acercó a la puerta del estudio donde su marido se había refugiado desde que llegó del trabajo. Habían pasado apenas unos días pocos después del funeral y la noticia y circunstancias de la muerte de Elvira habían hecho mella en Alfonso. Estaba entrando en barrena. La luz de la pequeña lámpara se precipitaba sobre la mesa de caoba donde una maraña de papeles la cubrían como nieve de invierno, a contra luz una figura cabizbaja estaba sentado en la silla de madera y cuero rodeado de un silencio atroz. Alfonso con la pluma de plata grabada con sus iníciales, entre las manos, meditaba abstraído. Su cuerpo era lo único que estaba en aquella habitación de persianas cerradas.
¬ ¿Estás bien cielo? Me tienes preocupada. No comes, no duermes, apenas hablas, así no puedes seguir…
Alfonso levantó la vista despertando de su trance y miró hacia la puerta. Su aliado estaba allí a su lado, como de costumbre, en silencio. Atenta a sus cambios de humor, comprendiendo sin preguntar, siendo un poco él mismo. Tenía mucha suerte.
¬ Ven Ana. Siéntate aquí a mi lado. El gran hombre necesita, como siempre, la ayuda de la gran mujer que lo sustenta. Te necesito para decidirme.
Alfonso relató lo que Teo le había contado en su casa, y la necesidad que tenía de implicarse en la lucha que el hermano de su amiga estaba a punto de iniciar. Se lo debía a Elvira. Su conciencia no le dejaba descansar.
¬ Alfonso, yo te apoyaré en todo, pero quiero recuperarte. Quiero a la persona que eras antes, cuando no había ocurrido la tragedia. Tú no la mataste, amor. Tú eres el único que intentó ayudar a Elvira de verdad. No te atormentes más, cielo.


Hacía varios meses que Elvira no acudía a la oficina. Deambulaba por las calles de la ciudad, los parques, las playas, como un velero a la deriva.
La botella de ginebra made in china había sustituido a todos, convirtiéndose en su más fiel amiga y ella la mimaba hasta que le llegaba la hora de morir, y dulcemente la depositaba en el contenedor verde. Atrás habían quedado los tiempos en que había sido una mujer feliz. ¡Cómo se había engañado! No existía, ni existiría nunca la felicidad. Era solo un invento del hombre, una quimera que cuando crees tenerla al alcance de la mano desaparece burlándose del buscador. Un engañarse a uno mismo, una mentira repetida de padres a hijos desde que el mundo es mundo, para poder soportar la miserable vida en este orbe putrefacto, creado por los crueles hombres que lo gobiernan. Pero ella había despertado. Había tomado conciencia de todo y se rebelaba contra todo, contra todos, contra aquel que quisiera volver a hacerla cerrar los ojos a la única verdad: no había amor. Ese era el caramelo que nos regalaban los narcotraficantes padres cuando niños, contándonos cuentos imposibles, a los que estaríamos encadenados de por vida intentándolos emular. El amor era sinónimo de sexo. Frío sexo, procreación necesaria, disfrute. Pero no amor. No había amor, solo deseo. Ella lo sabía muy bien y no caería otra vez en la trampa social. En el invento para manipularnos, convirtiéndonos en idiotas, máquinas de traer sufridores a éste mundo, controlado por una oligarquía de tiranos egoístas y crueles.
¡Ah! Amistad, amor, felicidad. Utopías para necios. Sí lo sabría ella. Uno que hasta hace poco lo era, el que se enorgullecía de pagar sus facturas y darla limosna, había intentado ingresarla en un siquiátrico, con nombre de prestigiosa casa de curación. Pero no conseguirán silenciarla con sus drogas. No. Si acaso ella misma elegirá las drogas que consigan hacer desaparecer su aflicción, aunque sea por breve tiempo… tempus fugit. Así que, carpe punctum y que se vayan al cuerno todos y todo. Mentirosos, traidores. Todos.

Alfonso caminó hasta el edificio modernista de principios de siglo, donde uno de los más prestigiosos abogados de la ciudad tenía su oficina. Otrora habían sido amigos, pero la distancia, la carrera de no, los negocios del otro, habían separado las sendas de ambos, y cuando no se transita por la misma vereda, muchas amistades tienden a olvidarse en la distancia, felicitándose por navidad con una postal mercantil.
Llegaba pronto, como de costumbre más puntual que el Big ben, aun a sabiendas que un letrado nunca lo es. Pero las formas son las formas. ”Ellos hacen esperar, para que veas lo ocupadísimos que están resolviendo los problemas legales de otros, así uno espera tranquilo las noticias de su secretaria, si son malas y las de él en persona, si son buenas.”
La luz de la tarde entraba por la ventana de la sala de espera, filtrada por los plátanos de la alameda de frondosas hojas. La brisa mecía la luz pintando la pared de reflejos brillantes que ascendían o bajaban a su antojo, iluminado, el cuadro con motivos de caza que presidía la habitación. El hilo musical traía recuerdos anclados a las notas de una sinfonía; número tres con órgano, Finale. Saint-Saens, Camile. Recordaba bien.
Con el violín principal, entró la secretaria del letrado, rescatándolo de las ensoñaciones. Era alta, de larga melena de miel, cimbreada como un junco, ojos dulces de niña, de boca menuda, pechos diminutos bajo una camisa blanca semi transparente, pantalón de pinzas oscuro muy ceñido que resaltaba las ligeras curvas, zapatos de tacón cuyo sonido la precedía, como la obertura magnífica de un aria. Silvia, lo acompañó por el largo pasillo adornado con reproducciones de neo impresionistas del siglo pasado, hasta la puerta entre abierta, donde un hombre aguardaba ensimismado en un dosier.

Edelmiro Monasterio- Ortega era un hombre entrado en años y kilos a partes iguales, de mediana estatura. El pelo moreno teñido, dejaba unas pocas hebras de plata en las sienes. Siempre impecable, lucía un traje de buen género azul marino hecho a medida, zapatos italianos de piel, como la camisa azul cielo, sobre la que caía una corbata de seda amarilla con flores de lis azules, gemelos de oro y rubí, haciendo juego con la pluma también de oro, que siempre sostenía en su mano izquierda, cual espada afilada, que brillaba cada vez que gesticulaba.

¬ Buenas tardes D. Edelmiro, ¿qué tal le va?

Levantándose de la silla, Edelmiro le tendió la pequeña mano rechoncha y lo saludó con una sonrisa entre amable y profesional.
¬ ¡Alfonso! Cuánto tiempo. Ven siéntate y cuéntame que te trae hasta mi despacho, seguro que algún negocio de los tuyos…
¬ Veo que te va muy bien, viejo sinvergüenza. Lo cierto es que no vengo por cuestiones mías. Se trata de Elvira.
¬ Era tu secretaria, ¿no? La que se volvió loca…
¬ Depresión, si no te importa. Era más que mi secretaria. Una amiga. Y los amigos se cuentan con la mano.
¬ Disculpa mi falta de tacto, amigo. Desde luego. Elvira era una joya como profesional y me figuro que como persona más aun. Y dime, ¿en qué lio se ha metido? Debe ser grave o no recurrirías a mí.
¬ Lo cierto es que no se ha metido. La han empujado más bien…

Sacó de un carpeta color arena un dosier con recortes de prensa, fotografías y unos folios manuscritos con excelente letra, grande y redonda; firme, con ligera inclinación a la derecha, como un velero que navega de bolina. En ellos subrayados en color sangre, tres pares de apellidos junto a otros tres más a negro abismo.
¬ He recopilado un poco de información, para que te pongas en antecedentes. Hay un secreto de sumario que hace que el contenido de ese dosier no exista, o no debiera existir. La información es veraz, pero no ha de constar. Quién la dio no es más que una sombra del sistema, amigo íntimo que me debía un favor.
Edelmiro, ávido de conocer, se abalanzó sobre la carpeta y ojeo el contenido cribando la información con el ojo curtido en tales lides desde tiempo remoto. Hubo silencio y una media sonrisa irónica.

¬ Vaya! El caso es que lo leí en la prensa, pero no me figuraba que fuese ella. Lo que no sabía es que este asunto compete a altos cargos y familias ilustres. Por si no lo sabes, esto va a hacer mucho ruido. Mucho ruido…-tras un hondo suspiro continuó- Te seré muy sincero, Alfonso. No aceptaría éste caso de no ser por la amistad que tenemos, demasiada carga para el final de mi carrera, ya entiendes… Pero te aseguro que pondré en ello algo más que mi prestigio personal.
¬ Gracias Edelmiro. No esperaba menos de alguien como tú. Quiero, queremos justicia. Sé que eso es hoy en día algo tan raro como los hombres honestos; que la justicia se mercadea en los saraos políticos; las diferentes varas de medir a unos y otros hacen que se puedan correr velos y nieblas, para eludir la responsabilidad y el castigo.
Que sean menores, o hijo de alguien, no afecte al justo castigo que se merecen. Que sufran y paguen por sus actos.

¬ Veo en tí demasiada visceralidad. No es bueno que así sea, aun cuando te afecte tan directamente, al menos en el plano sentimental. Esto es una empresa y tienes que verlo como tal. Será un proceso caro y dilatado en el tiempo, en el cual, habrá que hacer cosas que no siempre gustan a uno. Espero que se haga justicia, pero no esperes demasiado de éste sistema que aboga por el lucimiento de los letrados, antes que por el resarcimiento de la víctima ante los supuestos culpables. Además si de un menor se trata, como es el caso, las penas se reducen a lo mínimo posible y delitos de sangre como éste, pueden quedar casi impunes. No hay proporcionalidad entre el mal cometido y el castigo aplicado, en éste sistema maldito.

¬ Lo sé, pero en éste caso, se podría emplear el juicio paralelo de la plebe. Que trascienda a los medios, que se echen encima de los culpables los flases de la prensa sensacionalista. Que sean juzgados en las calles y plazas. En las tertulias, en la peluquería, la frutería y en el mercado. Que la gente los señale por la calle al reconocer a un asesino. Que la burguesía reniegue de algunos de sus miembros. Al menos por un tiempo.
¬ ¿Cómo medio lucrativo también? Se hará como gustes siempre que interese al proceso. Puedes ir a la televisión a vender los pormenores superfluos, pero déjame algo intacto para trabajar el caso seriamente.
¬ No me interesa mercadear con el sufrimiento y si es posible me abstendré de esa parte. Al menos mientras no lo necesite la guerra que hoy iniciamos.
¬ Uhmm. Entiendo. Buena elección. Campo de batalla dividido, una tenaza. Un yunque y el martillo de la plebe.

El tiempo transcurre demasiado despacio para el que espera ver justicia. Esa dama, dicen ciega, aunque vea claramente el color del dinero, que equilibra su balanza, hecha de leyes con lagunas como mares insondables; que sostiene la espada del castigo que oscila sobre el cuello del indefenso y no del poderoso. Esa dama que se deja guiar por negras togas con puntillas, fieles a la voz de su amo, el poderoso.
Fueron años de dimes y diretes, de mentiras, de secreto a voces, de subterfugios cuasi circenses; de informes periciales comprados a doblón, de artículos escritos en amarillo, con medias verdades para escandalizar a la plebe; de juicios paralelos, que hacen que uno sienta la indefensión y adopte el ojo por ojo o la espada de dios; de funambulismo sobre la delgada línea de la ley. Malabarismos e ilusionismo profesional de letrados y togados. La mentira prevalece ante la verdad desnuda, que no convence más que al iluso y nunca a la víctima. Y por fin una sentencia, que no satisface a nadie, salvo al sistema hipócrita y sus beneficiarios directos, tan culpables, como injustos sus dictámenes.

Era sábado, las luces del día se habían fugado por el occidente, dejando que el manto nocturno se cerniera sobre la ciudad, en esa hora que las bombillas de las farolas conviven con los últimos rayos del sol, abocados a la muerte. Elvira caminaba arrastrando los pies por las baldosas de una calle vacía. Aun no era la hora de jolgorios nocturnos, que alegrarían a unos y disgustarían a muchos otros. Se podían oír tenues cantos de aves urbanas entre los álamos frondosos y recios. Tiempo atrás ella había residido no muy lejos de allí, apenas a una manzana, antes de despertar al mundo implacable y cruel que nos rodea, tras su divorcio. Un nombre acudió a su mente y trajo sal sobre la herida, que nunca cierra del todo y solo el olvido atenúa su dolor. Instintivamente se llevó la botella medio vacía a los labios ajados por los elementos, hasta conseguir que una sonrisa beoda alejase las penas de su marchita mente.
El cierzo bajaba mordiendo la carne que no cubre el abrigo y a esas alturas de año, cuando el cielo estrellado no es buen techo para pernoctar a la intemperie, Elvira licenciada ya en las artes y usos como morador de la calle, buscó albergue en uno de esos prestigiosos usureros modernos, que expenden el papel tan necesario para la vida y el consumo que la sustenta; Tras acondicionar la estancia a su gusto con algunos cartones y su fiel e inseparable manta de cuadros, raída y vieja como ella, se tumbó en el mullido suelo de baldosas blancas y contempló como entre los vapores alcohólicos, venía a buscarla el barco de los sueños, como cada noche.

Un fuerte dolor en las costillas la despierta. La luz del fluorescente ciega sus ojos, los entrecierra, ve tres figuras y un brazo que se acerca, siente el golpe de algo que lacera nuevamente su costado. Golpes sordos, insultos, risas más golpes. Se intenta incorporar pero es inútil, los vapores alcohólicos aún no se han disipado y su cuerpo dolorido no reacciona con la rapidez que debiera. Algo la empuja y su rostro golpea las baldosas. Dolor, desconcierto, abre los ojos entre lagrimas y sangre. Alguien la grita, la arrastra de los pies. Está en la calle, siente el frio de la noche atenazando sus maltrechos huesos, ruido de tráfico, otro golpe más seguido de otros. Clama, suplica, implora ser perdonada. No conoce la falta que cometió para semejante castigo. Reza a los dioses de su infancia, amparo, protección. Los dioses no escuchan más que las estrellas. Pide auxilio a los hombres a grandes voces, desesperada y aturdida. Otro golpe hace que sus sentidos se atrofien. Los sonidos llegan amortiguados, ya no abre los ojos, siente algunos miembros de su maltrecho cuerpo.
Llega la calma, se oyen risas. Abre el único ojo que puede, sus brazos intentan hacerla reptar para escapar como sea. Tres figuras se acercan. Olor a combustible anega su olfato, el miedo atenaza sus músculos. Frio, humedad, sus ropas se empapan al tiempo que la histeria se apodera de su ser.
Estridentes gritos resuenan en las calles. Nadie se asoma a la ventana; ojos testigos se apartan de los problemas que no los atañen y se alejan por las calles en sombras.
La llama inflama las ropas. La histeria deviene en pánico, repta por el suelo, da vueltas sobre sí misma, intenta apagar el fuego de Nerón, que se propaga por Roma. Ella es Roma y arde inexorablemente. Su voz se debilita. La vista hace defección junto al resto de sentidos. Silencio. Elvira no sufre. Ya no es Ella, Se ha escapado definitivamente.
Tres figuras que cantan, ríen y se golpean las espaldas, corren por las calles desiertas hasta adentrarse en la sombra anónima de la ciudad insomne.
Las sirenas de un coche patrulla despiertan al vecindario cuando raya el alba. Un hombre cariacontecido y su perro aguardan junto a la sábana blanca que cubre los restos de una vagabunda sin vida. Baldosas negras, sangre seca, hojas muertas. La secretaría judicial medio sonámbula llega con cara de pocos amigos, para levantar el cadáver, antes de que las decenas de curiosos atraigan a otros cientos más. Un policía de guante blanco y maletín recoge muestras que introduce en una fría bolsa de plástico, Otros de uniforme preguntan a los vecinos asomados a las ventanas embozados en sus batas. Hace frio en la calle, pero más frio albergan sus corazones insensibles. Una solitaria cámara de vigilancia ha sido testigo por fortuna de aquel vergonzante acontecimiento, ahora solo queda identificar a la víctima, a los agresores y esperar que se haga justicia, Si es que existe.

Ahora, refugiado en la soledad de un despacho en penumbra, a salvo de todos menos de sí mismo, Alfonso trata de recomponer el puzle de los recientes acontecimientos acaecidos en su vida. Una mueca amarga aparece en su rostro al recordar, pero sabe que ha hecho todo lo que estaba en su mano. A pesar de todo, es consciente de que lo hecho, no es ni la mitad de lo que debería haberse propuesto antes que ocurriera todo, cuando aún estaba en su mano cambiar el curso de las cosas. Cada tarde antes de regresar a la protección de su hogar, al lado de su aliado íntimo, camina por la playa donde arrojó las cenizas de su amiga. Quizá un día las olas traigan el perdón que necesita; el mismo que se niega a sí mismo.


Por el lobo que camina.

Imagen es Luparia

http://www.20minutos.es/noticia/74662/9/

No hay comentarios:

Publicar un comentario