jueves, 19 de noviembre de 2009

Devotional Ara Malikian


** Imagen tomada de la página del maestro.

Allí inhiesto, en el extremo de la bóveda junto al retablo renacentista permanece quieto, con la mirada perdida en el vacío y su sonrisa. Inerte reposa el apéndice de madera asido por la mano esférica,- hasta que cobre vida-. El arco se sustenta asido por alas invisibles, entonces, cerrando los ojos, se eleva el brazo armado hasta los hombros apoyándolo en la barbilla. Silencio. Las frías piedras se impregnan del hálito de la gente que aguarda conteniendo la respiración. Rasga el aire una nota sostenida y luego otra y otra más. Sus dedos galopan por el mástil del navío musical que nos transporta a otra época, a otra vida.
Afuera, son árboles los que susurran queriendo ser madera muerta en sus manos demasiado vivas, y las imágenes de los santos escuchan con devoción atenta, las notas que se elevan.
Sé que los dioses, quienes quiera que sean, contemplan la escena admirados de tanta belleza y arrojan desde su olímpico cielo, imaginarias coranas de verdes laureles trenzados que se posan en su cabello ensortijado. Unos dedos de luz se precipitan por las troneras queriendo alcanzar su figura y se estrellan en las baldosas blancas y negras. Silencio. Se abren los ojos cuando aún vibran las cuerdas de los brazos que caen muertos a los lados. Antes de nacer el aplauso los pechos se llenan de la luz que sus dos ojos- faros en la niebla- negros irradian en la estancia, donde el viento acuna las notas y la música.





Por el lobo que camina en su música.

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