Ayer atardeció sin ti. Un sol de fuego se derramó en el cielo triste. La mar en calma traía olas perezosas que se morían en la costa, sin ganas. Atados a la bajamar los recuerdos se tornaron pesadas anclas y se hundían en la profundidad del alma, naufraga de sí misma, que los miraba desaparecer. La brisa cargada de aromas revoloteaba a mí alrededor, cuando dos lágrimas se precipitaron sobre las algas: la felicidad que un día me dieron tus besos y la pena de no habitar por siempre el paraíso.
Por el lobo que camina.
Imagen es luparia
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